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El hallazgo del pasado
Alfonso el Sabio y la Estoria de España

Alfonso el Sabio y su mundo

¿Dónde y cuándo nació Alfonso? ¿Qué dificultades tuvo que enfrentar durante su reinado? ¿Qué papel jugaron las mujeres en su vida? ¿Cómo le recuerda la posteridad? Explora algunos aspectos de la biografía y la personalidad regias en relación con los sucesos más relevantes de su reinado.

La carta natal del rey

Alfonso el Sabio vio la luz por primera vez en Toledo, el 23 de noviembre de 1221. A un «rey astrólogo» como él, la fecha y el lugar de su propio nacimiento no debieron de pasarle despercibidos, pues resultan datos indispensables para establecer una carta natal, es decir, un complejo diseño simbólico donde queda codificada la influencia que los astros ejercen sobre el temperamento y el destino de una persona.

Prueba de la consideración providencial que en la Edad Media se concedía a un detalle como la fecha de nacimiento (sobre todo en el caso de un príncipe heredero) es que el padre de Alfonso, Fernando III, escogió el día del vigesimoséptimo cumpleaños de su primogénito (23 de noviembre de 1248) para firmar la capitulación de Sevilla, la ansiada capital del imperio almohade.

Por otro lado, el día 23 de noviembre se celebra la festividad de san Clemente Papa, lo que hizo que Alfonso siempre demostrara una notable devoción por este santo del siglo I. Ejemplos de ello son la especial protección regia de que gozó el convento toledano de San Clemente o el testimonio personal del propio rey, en cuyo testamento se acuerda de rogar por su alma al santo «en cuyo día nascimos».

Otro designio del cielo hubo de ver Alfonso en el hecho de haber nacido en Toledo, antigua capital del reino visigodo y centro de España, pues ello es una proyección adecuada en el plano geográfico de la centralidad que la figura del rey ocupa en su pensamiento político. En este sentido, en la Estoria de España se afirma, a propósito del carácter indeleble que en un hombre deja su lugar de nacimiento, que «la natura de la tierra e ell asentamiento d’ella e ell aire e las viandas del logar e ell estrellamiento de suso lo da por fuerça».

Sol en Sagitario

Representación del signo zodiacal de Sagitario en el Lapidario. Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ms. h.I.15, fol. 75v.


Alfonso era Sagitario y, al decir del sabio Tolomeo, España también lo es. En efecto, en el Libro de las cruzes se dedica un capítulo a exponer las opiniones De los sabios sobre el signo d’España cuál es; entre ellas, se afirma que «Tolomyeu dize en su libro que es nombrado Quadripartito, cuando favla en departir la tierra por los signos, pon ý España en la partizión de Sagitario, pues segunt d’esta opinión Sagitario es el signo d’España». ¿Llegaría alguna vez Alfonso a interpretar esto como una señal más de su función providencial al frente del reino castellano-leonés?

La piedra del rey

El Lapidario es una obra en que se describen las características y propiedades terapéuticas de las piedras en conexión con la equivalencia astrológica de cada una. Transcribimos debajo la entrada correspondiente a la piedra «zequet», del primer grado de Sagitario, que se refiere justamente al 23 de noviembre, fecha de nacimiento de Alfonso.

De la piedra a que dizen zequet

Del primero grado del signo de Sagitario es la piedra a que dizen zequet. Esta es hallada en tierra de Luquia, y otrosí cabo del río que corre cerca de la villa a que llaman Mitaz. Piedra es negra de color, y muy liviana de peso. Y cuando la queman, hace llama, y sale de ella humo que huele como pez cuando la meten en el fuego. De natura es caliente y seca. Y si sahumaren con ella al que es endemoniado, tómale luego. Y sahumando otrosí con ella la mujer que ha dolor en su natura, sana luego por razón que esta piedra es percusiva. Y del humo de esta, cuando la queman, huyen los reptiles. Y esta piedra es buena, cuando la meten en las medicinas, para sanar la enfermedad que dicen artética, que viene de natura de flema, porque es salada yacuanto. Y la estrella que es en la rodilla siniestra del que tiene el hinojo ficado ha poder en esta piedra, y de ella recibe la virtud. Y cuando es en medio cielo, muestra esta piedra más sus obras.

Alfonso X el Sabio, Lapidario. Libro de las formas e imágenes que son en los cielos, ed. P. Sánchez-Prieto Borja, Madrid: Fundación José Antonio Castro, 2014, p. 179.

Sangre azul

El Rey Sabio estuvo emparentado con lo más granado de las dinastías reales de la Cristiandad medieval. Por parte de su padre, Fernando III, Alfonso emparentaba con la casa inglesa de los Plantagenet y con la francesa de los Capetos. Ambas relaciones de parentesco remontan a los tiempos de su bisabuelo, Alfonso VIII el de las Navas (1155-1214), que, por un lado, estuvo casado con Leonor de Inglaterra (hija de Enrique II y de la célebre Leonor de Aquitania), y, por otro, casó a una de sus hijas, Blanca de Castilla, con Luis VIII de Francia, de cuyo matrimonio nacería el rey san Luis.

Árbol genealógico de Alfonso el Sabio.
Por parte de madre, su ascendencia no era menos ilustre. Beatriz de Suabia era nieta respectivamente del emperador romano germánico Federico I Barbarroja, y del emperador bizantino Isaac II Ángelo, y por tanto aglutinaba la herencia de los dos imperios cristianos de Oriente y de Occidente. Siendo así, la idea de la unión de los dos imperios bajo la figura de Alfonso fue concebida por algunos en su tiempo, como muestra un pasaje de la aclamación de Alfonso como Rey de Romanos a cargo de Bandino Lancia, embajador de Pisa, en que se afirma «que divinamente pueden reunirse en vos por sucesión los imperios divididos por abuso (pues descendéis de Manuel, que fue emperador de los romanos) y volverse a juntar en vos, como lo estuvieron en tiempo de César y del cristianísimo Constantino». Ciertamente, las reclamaciones alfonsíes al trono imperial siempre estuvieron fundadas en lo que él denominaba materna successio, es decir, en los derechos que reunía como legatario del ducado de Suabia heredado de su madre.

Sea como sea, semejante confluencia genealógica hizo que Alfonso tuviera por parientes más o menos próximos a figuras tan relevantes de la Edad Media occidental como la reina Leonor de Aquitania, el rey san Luis o el emperador Federico II.

Por su parte, él mismo se esforzó también por pactar para su descendencia alianzas matrimoniales que reafirmaran los lazos de parentesco y amistad con los más poderosos linajes europeos. Por un lado, en 1254 casó a su hermanastra Leonor con el príncipe heredero de Inglaterra, el futuro Eduardo I. La boda se celebró en el monasterio de Las Huelgas de Burgos, y durante su transcurso el todavía infante inglés fue armado caballero por el propio Alfonso; de la relevancia que concedió Alfonso a este acontecimiento da cuenta el hecho de que, durante un año entero, la documentación solemne emanada de la cancillería regia se dató «en el año en que don Odoart [Eduardo], fijo primero e heredero de don Henrich de Anglaterra, recibió caballería en Burgos del rey don Alfonso sobredicho».

De mayor repercusión política fue el enlace (en 1269) entre el infante heredero al trono de Castilla y León, Fernando de la Cerda, con la infanta Blanca de Francia, hija de san Luis. De este matrimonio nacieron los famosos infantes de la Cerda, quienes, tras la muerte prematura de su padre en 1275, se convirtieron en el centro de un conflicto sucesorio que desembocaría en abierta guerra civil entre Alfonso y su segundogénito, el futuro Sancho IV, durante los dos últimos años del reinado (1282-1284). Esta misma «conexión francesa» está en la base de la asombrosa manda testamentaria de Alfonso X en la que deja abierta la posibilidad de que el reino de Castilla y León se anexione a la corona francesa.

Aparte de reyes y emperadores, una curiosidad añadida al árbol genealógico alfonsí es la presencia en sus ramas de varios santos, desde la célebre santa Isabel de Hungría (tía de su mujer, Violante de Aragón, y canonizada en 1236), hasta su primo segundo san Luis o su propio padre, san Fernando, elevados a los altares respectivamente en 1297 y 1671 (aunque, en el segundo caso, la fama de santidad y el culto a los restos de Fernando III en Sevilla remonten a época medieval).

Vía crucis de amor

Réplica victoriana de la antigua Charing Cross.
Es bien conocido el profundo amor que se profesaron mutuamente Eduardo I de Inglaterra y su esposa Leonor de Castilla, hermanastra de Alfonso X, de que fueron fruto los quince hijos del matrimonio. Entre las noticias que circularon en torno a la abnegación de Leonor destaca la que cuenta que llegó a succionar el veneno de una víbora que había picado a su esposo durante la Novena Cruzada. En cualquier caso, tras la muerte de la reina en 1290, su marido mandó construir en su honor una serie de doce cruces en los enclaves en que el cortejo fúnebre fue haciendo parada desde el lugar del fallecimiento (posiblemente Harby, en Nottinghamshire) hasta la abadía londinense de Westminster, donde fue enterrada. La más célebre de estas cruces es la que se erige en Charing Cross, en el centro de Londres, a pesar de ser una reproducción de época victoriana inspirada en la original, hoy perdida.

Para saber más

The victorian web

La nube sobre España

Es muy probable que Alfonso también considerara prevista por la voluntad divina la posición que ocupaba entre la realeza europea, y no poco de esta dimensión casi mesiánica se percibe en el sentido de la responsabilidad y en el vigor con que se impuso empresas políticas e intelectuales de enorme envergadura. Así parece indicarlo un pasaje de la Estoria de España en que se describen los prodigios que ocurrieron al tiempo del nacimiento de Cristo; uno de ellos fue la aparición de una nube de luz que cubrió España, y que los estoriadores alfonsíes interpretan en clave providencial.

Otrossí fallamos en las estorias que a aquella ora que Jesucristo nasció, seyendo media noche aparesció una nuve sobre España que dio tamaña claridat e tan grand resplandor e tamaña calentura cuemo el sol en medio día cuando va más apoderado sobre la tierra. E departen sobr’esto los sabios e dizen que se entiende por aquello que depués de Jesucristo vernié su mandadero a España a predigar a los gentiles en la ceguedat en que estavan e que los alumbrarié con la fe de Cristo; e aqueste fue sant Paulo. Otros departen que en España avié de nacer un príncep cristiano que serié señor de tod’el mundo, e valdrié más por él tod’el linage de los omnes, bien cuemo esclareció toda la tierra por la claridat d’aquella nuve en quanto ella duró.

Las mujeres de su vida

Cinco mujeres se reparten el protagonismo en la vida del rey Alfonso: su abuela, su madre, su amante, su mujer y su hija.

Berenguela (c. 1180-1246). La reina Berenguela la Grande fue una de las figuras más prominentes del siglo XIII hispano. Hija de rey (Alfonso VIII), hermana de rey (Enrique I), esposa de rey (Alfonso IX de León), madre de rey (Fernando III) y abuela de rey (Alfonso X), ella misma ejerció la regencia de Castilla durante la minoría de su hermano (1214-1217), para, tras la muerte de este, ceder la corona en favor de su hijo Fernando, de quien se convirtió en fiel consejera durante todo su reinado. De enorme ascendiente sobre el temperamento personal y político del Rey Santo, Berenguela hubo de ejercer también un papel crucial en la formación del joven Alfonso.

Beatriz madre (1198-1235). La reina Beatriz pertenecía a la ilustre familia alemana de los Staufen, señores del ducado de Suabia. Prima del emperador Federico II (azote del papado y stupor mundi, ‘asombro del mundo’), quedó bajo su tutela a la muerte de su padre, Felipe de Suabia. Virtuosa como esposa y como madre, Beatriz murió relativamente joven, tras dejar a Fernando una descendencia de diez hijos. De ella parece que Alfonso heredó algunos rasgos germánicos, tanto físicos como psíquicos: desde una hermosa complexión corporal a una marcada curiosidad intelectual y una resuelta pasión por las artes. Por otro lado, el Rey Sabio tuvo siempre muy presente que sus derechos al trono imperial le llegaban por materna successio, y en el Setenario no olvidó agradecer a su padre el haberle hecho «en noble logar e en mugier de grant linaje, a quien fizo Dios muchas mercedes en que quiso que fuese buena en todas bondades que dueña lo devía ser».

Mayor (1205-1262). Doña Mayor Guillén de Guzmán fue la amante de juventud de Alfonso. Del afecto que el rey le profesó son buena muestra tanto la concesión de diversas donaciones (sobre todo en La Alcarria) como la asignación del nombre de su madre, Beatriz, a una hija tenida con ella, a la que, además, le dispuso un elevado matrimonio (véase abajo). La labor más destacada de doña Mayor consistió en la fundación del monasterio de clarisas de Alcocer en 1260, en cuya iglesia sería enterrada a su muerte. Sobre la tumba se dispuso una hermosa escultura yacente en madera policromada que desapareció durante la Guerra Civil (véase Una hermosa momia).

Violante (1236-1301). La reina Violante de Aragón era hija de Jaime I el Conquistador y Violante de Hungría. El pacto matrimonial entre Alfonso y la infanta aragonesa se acordó en 1240, siendo ella todavía muy joven (siete años de edad por los veinte del por entonces todavía infante), de modo que la boda no pudo celebrarse hasta 1249. Parece que Alfonso y Violante no disfrutaron de un matrimonio feliz. Así lo sugieren las tomas de postura de Violante en el conflicto sucesorio que oscureció los últimos años del reinado: primero apoyó la causa de sus nietos, los infantes de la Cerda, con los que huyó a Aragón a escondidas del rey; después, se unió al bando de su hijo Sancho contra su propio marido, a quien abandonó en su última reclusión sevillana. Por lo demás, una leyenda aireada años después por don Juan Manuel en su Libro de las armas refiere que doña Violante habría asesinado a su propia hermana, Constanza (pimera mujer del infante Manuel, hermano menor de Alfonso), por medio de unas cerezas envenenadas que le habría hecho llegar como regalo, lo que le habría granjeado la maldición del padre de ambas, Jaime I.

Beatriz hija (c. 1243-1303). Beatriz de Castilla fue la hija más querida del rey, a pesar de haber sido concebida fuera de su matrimonio con Violante, pues era hija de doña Mayor Guillén de Guzmán (véase arriba). Del aprecio en que Alfonso la tuvo ya desde su nacimiento (quizá como proyección del profesado a su amante doña Mayor) habla el hecho de que le pusiera el nombre de su propia madre, y posteriormente que pactara su boda con el rey de Portugal, Alfonso III, en 1253. Así, Beatriz se convirtió en reina consorte de Portugal y, con el tiempo, en madre de uno de los más grandes monarcas portugueses de la Edad Media, Dinis I (1261-1325). En cualquier caso, el afecto entre padre e hija debió de ser mutuo, pues en el desolado paisaje de desamparo público y personal en que se vio sumido Alfonso en los dos últimos años de su vida (a causa de la rebelión de su hijo Sancho), abandonado de casi todas las fuerzas del reino (nobles, clero, ciudades) y de su propia familia (infantes hermanos e hijos, y hasta de su mujer Violante), la única que acompañó de principio a fin al viejo y enfermo rey en su reclusión de Sevilla fue su hija Beatriz.

Una hermosa momia

Sepulcro de doña Mayor Guillén de Guzmán, tal como se conservaba en el convento de clarisas de Alcocer hasta la Guerra Civil, cuando desapareció.
El cuerpo momificado de doña Mayor de Guzmán, sepultado en el convento de clarisas de Alcocer que ella misma había fundado, se mantuvo en muy buen estado de conservación hasta bien entrado el siglo XX, lo que permitió a sus examinadores hacerse cargo de la belleza de aquella mujer siglos después de su muerte. En efecto, según el testimonio del franciscano fray Pablo Manuel Ortega, que alcanzó a ver la momia hacia 1720, «conocíase haber sido hermosísima de cuerpo, con el pelo abundoso y rubio, manos y pies pequeños». Por su parte, Ricardo de Orueta, ya en la segunda década del siglo XX, pudo todavía observar el cuerpo de doña Mayor, de quien afirma que «tan bella debió de ser como mujer, que aunque parezca extraño aún conserva su momia restos de hermosura […]; no es negra ni tostada como suelen ser las momias, sino blanca, pálida, con pátina de marfil, y la piel parece todavía suave y hasta la carne blanda». Tanto los restos de doña Mayor como el hermoso sarcófago de madera policromada con su imagen yacente dispuesto sobre su tumba desaparecieron durante la Guerra Civil.

Heroínas de la Estoria de España



El acopio de fuentes de diverso origen en la elaboración de la Estoria de España, muchas de ellas de ascendencia tradicional y transmisión oral (leyendas o cantares de gesta), así como la vocación acumulativa de informaciones heterogéneas que alienta su composición, aporta con frecuencia una dimensión literaria al relato cronístico muy superior al de la historiografía hispana prealfonsí. Este tipo de materiales suelen conceder un papel predominante a los personajes femeninos, que se convierten a menudo en desencadenantes de la acción o incluso en verdaderos protagonistas del relato. Transcribimos a continuación cuatro pasajes de la Estoria de España en los que se ilustran sendos modelos de mujer: la princesa astuta, la madre caníbal, la esposa valiente y la madrastra salvadora.

La princesa Liberia y la fundación de Cádiz
[Escucha este relato en Sonidos de otro tiempo]

De cuémo fue poblada la isla de Cáliz e cercada e fecha la puente e las calçadas.

Este rey Espán avié una fija fermosa que avié nombre Liberia y era much entenduda e sabidor d’estrolomía, ca la enseñara el que era ende el más sabidor que avié en España a essa sazón, ca lo aprisiera d’Ércules e de Allas el so estrellero. E por end ovo con ella su acuerdo de poblar Cáliz, mas era logar muy perigloso por tres cosas: la una porque no avié ý abondo d’agua; la otra por el braço del mar, que avién a passar por navío; la tercera porque era la tierra tan lodosa que non podién ý llegar los omnes en ivierno, sino a grand periglo de sí e de lo que trayén. E sobr’esto ovo consejo con su fija en qué manera podrié poblar aquel logar. Ella dixol quel darié consejo, sol quel otorgasse que no la casasse sino con qui ella quisiesse. Y él, fiándosse en ella e porque tenié que lo dizié por su pro, otorgógelo. Espán no avié fijo ni fija que heredasse lo suyo sino aquella, e viniéngela pedir reyes y altos omnes d’otras tierras, lo uno porques era ella muy fermosa e muy sesuda; lo ál porques avié a fincar el regno a ella. E muchos la vinieron pedir d’esta guisa con qui ella non quiso casar.

Y estudo assí un grand tiempo, de guisa que el padre iva envegeciendo e los omnes de la tierra temiéronse de su muert e pidiéronle mercet que casasse su fija, por que cuando él finasse no fincassen ellos sin señor. Él díxoles que fuessen a ella y ge lo rogassen, y a él quel plazrié mucho. Ellos fueron y pidiéronle mercet que casasse, y ella otorgógelo e dixo que, maguer avié puesto de non casar sino con qui ella quisiesse, que si a aquella sazón viniesse alguno quel conviniesse que casarié con él, pues que ellos lo tenién por bien. Desí viniéronla pedir tres fijos de reyes muy ricos e con grand algo. Ell uno era de Grecia y ell otro d’Escancia; el tercero de África. El padre, cuando lo sopo, plogol mucho con ellos, ca los vio muy fermosos e apuestos e bien razonados. E demás sopo que eran muy ricos omnes, e por ende recibiolos muy bien e fízoles mucha onra.

Desí fabló cada uno con él e pidiéronle su fija. Él díxoles que fuessen a ella e de cual d’ellos se pagasse quel plazrié a él e que ie la darié. Ellos fiziéronlo assí cuemo les él dixo e fueron a ella, e depués que cada uno ovo dicho su razón, díxoles ella que viniessen otro día e que les darié respuesta a todos en uno. Ellos maravilláronse por qué los mandava assí venir todos en uno, e tovieron que era escarnio, pero fiziéronlo assí. E cuando vinieron otro día a ella, preguntoles que cuál d’ellos la amava más, e cada uno dixo por sí que él. Estonce dixo ella que bien tenié que cada uno la amava, mas en esto entendrié que era assí: que fiziessen por ella lo que les dirié, e cual d’ellos ante lo acabasse que con aquel casarié. Ellos dixieron que les dixiesse lo que querié, que lo farién de buena mient.

Estonce mostroles que aquel era el logar que su padre más amava, e allí querié fazer cabeça de tod el regno e que amenos de tres cosas nos podrié fazer. La una seer la villa bien cercada de muro e de torres, e aver ý ricas casas pora él e pora con qui ella casasse; e la otra d’aver ý puente por o entrassen los omnes a la villa e por o viniesse ell agua; la tercera, que tan grandes eran los lodos en ivierno que non podién los omnes entrar allá amenos de aver ý calçadas por o viniessen sin embargo. E d’estas tres cosas que tomasse cada uno la suya, y el que primero lo acabasse que casarié con ella e serié señor de toda la tierra.

Ellos, cuand esto oyeron, tamaño sabor avié cada uno de casar con ella que dixieron que lo farién, y enviaron por muchos maestros, e con el grand algo que troxieran metieron ý tan grand femencia que a poco de tiempo fue cerca d’acabado. Y el que primero lo acabó fue el de Grecia, que avié nombre Pirus. E aquel fiziera la puente, e avié tod el caño fecho pora traer ell agua. E fuesse pora la dueña e dixol cuémo avié su obra acabada. A ella plogol mucho e otorgol que casarié con él, mas rogol que no dixiesse que lo avié acabado fasta que los otros oviessen cerca d’acabadas sus obras, y estonce que casarié con él, y él y ella que acabarién depués más ligeramientre lo que fincasse.

Él fízolo assí y atendió fasta que los otros ovieron cerca d’acabado. Estonce llamó al rey e mostrol cuémo avié acabado, e abrió el caño e dexó venir ell agua a la villa. Al rey plogol e casol con su fija, e a los otros dio muy grandes dones y enviolos de sí los más pagados que él pudo. En esta manera fue poblada la villa de Cáliz y la ysla, que fue una de las más nobles cosas que ovo en España. E tanto la amava el rey Espán que allí puso su siella e se coronó e fízola cabeça de toda su tierra, e assí lo fue en su vida.
Miseria humana en el cerco de Jerusalén

E sabet que avié aquella sazón en la villa una dueña de grand guisa que avié nombre María e era de la tierra d’allende del río Jordán. E al començamiento de la guerra viniérasse con todo lo suyo pora Jerusalem por seer ý más segura e como era muy rica troxiera grand algo, mas todo ge lo avién robado aquellos cabdiellos de la nemiga. E si alguna cosa de comer avié comprada por sus dineros toda ge la avién robada de las manos, assí que todol avié fallecido e no tenié qué comiesse; e cuemo era mugier que fuera criada a grand vicio no podié comer las pajas ni los cueros crúos e duros.

E fuel creciendo la fambre muy fuerte de manera que perdié el sentido, e avié un fijo pequeño que mamava e ella, cuemo no comié, no avié leche quel dar, e llorava el niño por comer. E María, cuando lo oyé, quebraval el coraçón e non sabié qué fiziesse de sí ni d’él. E veyendo las grandes cruezas e las maldades que fazién los robadores e quexándola la grand ravia de la fambre, perdió el natural amor que madre devié aver contra fijo e tornosse contral niño e dixo: —¿Qué te faré, pequeñuelo, qué te faré? Todas las cosas de que estás cercado todas son crúas. Cércante la guerra e la fambre, el fuego e los ladrones e otros muchos periglos. E pues que yo e de morir, ¿a quién te acomendaré o cuémo te dexaré a vida, cosa tan pequeña? Yo atendía que crecriés e governariés a mí cuemo a madre e que me soterrariés cuando muriesse. Mas ¿qué faré agora, mezquina, ca no veo ningún ayuda por que yo ni tú vevir podamos? ¿Pora quién te guardaré o en qué sepulcro te escondré que te no coman los canes ni las aves ni las bestias fieras? Mas, dulces entrañas e miembros tan alegres, ante que vos destruya la fambre de tod en todo, tornatme lo que recibiestes de mí e tornatvos en aquella cámara escondida en que recibiestes espírito de vida, ca en ella vos está guisada sepultura. Fijo, besar t’é. E pues que te non puedo mantener pora amor, aver t’é pora lo que eres mester, e combré yo misma los mis miembros, e no por enfinta, mas con muessos de verdat. Fiziemos fasta aquí lo que fue de piedat; fagamos agora lo que nos conseja la fambre. E peró el tu fecho es mejor e más de piadat que el mío, ca yo devíate criar cuemo madre e no matarte ni comerte como bestia fiera; e tú, que deviés seer criado, governarás la tu madre.

Depués que esto ovo dicho María, volvió la cara a otra parte e degollolo, e desque lo ovo degollado fízolo puestas e metiolo al fuego a assar, e comió una partida d’él e escondio lo ál por que non ge lo fallassen si sobreviniessen algunos. Mas la olor de la assadura llegó a los cabdiellos que guardavan la villa e fueron por ell olor fasta que llegaron a la casa e entraron dentro e amenazaron a María de la matar porque fuera osada de comer ellos estando ayunos, e porque les no fiziera parte del manjar que avié fallado. E ella díxoles: —De lo que yo comí, vuestra parte vos alcé. No lo tengades en desdén, ca de mis entrañas vos guisé yo comer; e seed, ca luego vos pararé la mesa. Desque ovo dicho esto descubrió los miembros que tenié assados e púsogelos delante que los comiessen, e díxoles: —Esta es la mi yantar, e he aquí vuestra parte. Parat bien mientes si vos engañé. He aquí ell una mano del niño, e he aquí ell un pie, e la meatad de tod’ell otro cuerpo; e por que no cuydedes que es ageno, ciertos seet que es mio fijo. Nunca me fuste, fijo, más dulce. A ti he de gradecer por que só yo aún viva. La tu dulçor mantovo la mi alma e alongó a la tu madre mezquina el día de la su muerte. Vinieron los que me querién matar e ove de que los convidasse, e aver t’an ellos otrossí que gradecer, pues que comieron su parte.

Ella vio cuémo estavan espantados los judíos por aquel fecho tan estraño e díxoles: —¿Qué tardades o por qué aborrecedes en vuestros coraçones tan sabroso manjar, o por qué no comedes lo que comí yo que era madre? Gostad e veredes qué dulce es el mi fijo. No querades seer más piadosos que la madre ni más flacos que la mugier. Tales comeres guisé yo cuemo estos, mas vos me fiziestes por que yo de tal guisa yantasse. Duelo avía yo, mas venciome la coita. Desque ella ovo esto dicho fuéronse luego aquellos que ý vinieran e fue a so ora llena toda la villa de las nuevas d’aquel pecado e d’aquella nemiga tamaña e espantávanse todos e aborrecién de oír fablar de tan estraño comer. E no se tardó mucho que lo sopieron los romanos por razón que se fueron pora ellos muchos de los judíos con espanto d’aquel fecho.

La condesa doña Sancha libera a Fernán González

El capítulo de cómo el conde Fernand Gonçález salió d’aquella prisión.

Cuando los castellanos sopieron que el conde era preso, ovieron muy grand pesar e fizieron por ende tamaño duelo como sil toviessen muerto delant. La condessa doña Sancha otrossí, cuando lo sopo, cayó amortida en tierra, e yogó por muerta una grand piesça del día. Mas pués que entró en su acuerdo, dixiéronle: —Señora, non fazedes recabdo en vos quexar tanto, ca por vos quexar mucho non tiene pro al conde nin a vos. Más á mester que catemos alguna carrera por quel podamos sacar por fuerça o por alguna arte o por cual guisa quier. Desí ovieron so acuerdo e fablaron mucho en ello por cuál manera le podrién sacar, e dizié ý cada uno aquello quel semejava guisado; mas por tod esso aún non podién fallar carrera por o lo pudiessen fazer. E porque el coraçón dell omne siempre está bullendo e penssando arte, fasta que falle carrera por o pueda complir aquello que á sabor, non queda, e la fuerte cosa se faze ligera de fazer d’esta guisa, ca el grand amor todas las cosas vence; e los castellanos tan grand sabor avién de sacar de la prisión a su señor el cuende, que su coraçón les dixo cuál serié lo mejor.

Desí ayuntáronse quinientos cavalleros muy bien guisados de cavallos e de armas, e juraron todos con la condessa pora provar sil podrién sacar. E desque esta jura fizieron, movieron de Castiella, e fuéronse de noche; e non quisieron ir por carrera ninguna, mas por los montes e por los valles desviados por que los non viessen los omnes, nin fuessen ellos descubiertos. E cuando llegaron a Mansiella la del camino, dexáronla de diestro, e alçáronse suso contra la Somoça, e fallaron un monte muy espesso e posaron todos allí en aquel monte. La condessa doña Sancha dexolos allí estar, e fuesse ella pora León con dos cavalleros e non más, e su esportiella al cuello e su bordón en la mano como romera. E fízolo saber al rey de cómo iva en romería a Sant Yagüe, e quel rogava quel dexasse ver al conde. El rey enviol dezir quel plazié muy de buena miente, e salió a recebirla fuera de la villa, con muchos cavalleros, bien cuanto una legua. E desque entraron en la villa, fuesse el rey pora su posada e la condessa fue ver al conde. E cuandol vio, fuel abraçar llorando mucho de los ojos.

El conde estonces conortola e dixol que se non quexasse, ca a sofrir era todo lo que Dios querié dar a los omnes, e que tal cosa por reys e por grandes omnes contescié. La condessa envió luego dezir al rey quel rogava mucho, como a señor bueno e mesurado, que mandasse sacar al conde de los fierros, diziendol que el cavallo travado nunca bien podié fazer fijos. Dixo el rey estonces: —Si Dios me vala, tengo que dize verdad. E mandol luego sacar de los fierros. E desí folgaron toda la noche amos en uno e fablaron ý mucho de sus cosas, e pusieron cómo fiziesen tod aquello, segund que lo tenién ordenado, si Dios ge lo quisiesse enderesçar assí. E levantose la condessa de muy grand mañana cuando a los matines, e vistió al conde de todos los sus paños d’ella. E el conde mudado d’esta guisa fuesse pora la puerta en semejança de dueña, e la condessa cerca d’éll, e encubriéndose cuanto más e mejor pudo; e cuando llegaron a la puerta, dixo la condessa al portero quel abriesse la puerta. El portero respondió: —Dueña, saberlo emos del rey antes, si lo toviéredes por bien. Dixol ella estonces: —Par Dios, portero, non ganas tú ninguna cosa en que yo tarde aquí e que non pueda después complir mi jornada.

El portero, cuedando que era la dueña e que saldrié ella, abriole la puerta e salió el conde; e la condessa fincó dentro tras la puerta encrubiéndose del portero, de guisa que nunca lo entendió. E el conde, pués que salió, non se espidió nin fabló, por que por ventura non fuesse entendudo en la boz e se estorvasse por ý lo que éll e la condessa querién; e fuesse luego derechamientre pora un portal, de como le conseñara la condessa, do estavan aquellos dos cavalleros suyos atendiendol con un cavallo. E el conde, assí como llegó, cavalgó en aquel cavallo quel tenién presto, e començáronse de ir, e salieron de la villa muy encubiertamientre, e diéronse a andar cuanto más pudieron, derechamientre poral logar do dexaran los cavalleros. E cuando llegaron a la Somoça, fuéronse pora a aquel mont do aquellos cavalleros estavan atendiendo; e el conde, cuando los vio, ovo con ellos muy grand plazer como omne que saliera de tal logar.

El capítulo de cómo fizo el rey con la condessa, pués que sopo que el conde era ido.

Cuando el rey don Sancho sopo que era ido el conde e por cuál arte le sacara la condessa, pesol assí como si oviesse perdudo el regno; pero non quiso ser errado contra la condessa. E desque fue ora, fuela ver a su posada do albergara con el conde, e assentose con ella a aver sus razones en uno, e preguntola e dixol sobre la ida del conde cómo osara ella enssayar tal cosa nin sacarle d’allí. Respondiol la condessa e dixo: —Señor, atrevime en sacar el conde d’aquí porque vi que estava en grand cueita e porque era cosa que me convinié cada que lo yo pudiesse guisar. E demás atreviéndome en la vuestra mesura, tengo que lo fiz muy bien; e vos, señor, faredes contra mí como buen señor e buen rey, ca fija só de rey e muger de muy alto varón, e vos non querades fazer contra mí cosa desguisada, ca muy gran debdo é con vuestros fijos, e en la mi desondra grand parte avredes vos. E assí como sodes vos de muy buen coñosçer e muy entendudo señor, devedes escoger lo mejor, e catar que non fagades cosa que vos ayan los omnes en qué travar; e yo por fazer derecho non devo caer mal.

Pués que la condessa ovo acabada su razón, respondiol el rey don Sancho d’esta guisa: —Condessa, vos fiziestes muy buen fecho e a guisa de muy buena dueña, que será contada la vuestra bondad siempre, e mando a todos míos vassallos que vayan con vusco e vos lieven fasta do es el conde, e que non trasnochedes sin éll. Los leoneses fizieron assí como el rey les mandó, e levaron la condessa muy onrradamientre como a dueña de tan alta guisa. El conde cuando la vio plogol mucho con ella, e tovo quel avié Dios fecho mucha merced; e desí fuesse con ella e con toda su compaña pora su condado.

La reina doña Mayor prohija al infante Ramiro

De cómo los fijos del rey don Sancho de Navarra, el Mayor, mezclaron a la reína doña Elvira, su madre.

Este rey don Sancho, pués que ovo crebantados los moros por muchas batallas que les dio, mantovo su tierra muy en paz e sin otro mal quel ý fiziesse ninguno. Este rey don Sancho avié un cavallo que preciava mucho porque avié estos bienes en él: era grand e fremoso, e corrié más que otro cavallo que sopiessen en el regno, e era muy rezio e mansso, e avié todas buenas mañas en sí; e el rey quandol cavalgava, esforçávase en él tanto como la su vida, segund cuenta la estoria. E tanto le amava que un día salió él de Nájara e dexó ý el cavallo, e mandó a la reína misma que ge le fiziesse guardar muy bien.

E porque a aquella sazón era la guerra con los moros tan grand e tan cutiana, assí los cavalleros e los condes e aun los reys mismos paravan sus cavallos dentro en sus palatios e aun, segund cuenta la estoria, dentro de sus cámaras o durmién con sus mugieres, por que luego que oyessen ferir apellido toviessen prestos sus cavallos e sus armas por que se pudiessen armar sin otra tardança pora salir allá. La reína doña Elvira mandó adozir aquel cavallo quel el rey tanto acomendara, e pararle en su palacio e fazerle muy buena cama, e penssar d’él muy bien de todas las otras cosas; e assí quel parassen en logar dond le oviesse ella todavía a ojo d’allí dond soviesse ella.

En tod esto ell infant don García, su fijo el mayor, cuando vio que el padre era ido, demandó aquel cavallo a su madre, e rogola que ge le diesse, e aun rogola mucho por ende; e ella, porque vio que tan de rezio ge lo demandava, otorgol que ge le darié. Mas un cavallero que sirvié en casa de la reína cuando aquello vio, dixol que ge le non diesse; si non, que cadrié en la ira del rey e que se podrié perder con éll de mala guisa. La reína mesuró en ello, e tovo que podrié ser aquello que el cavallero dizié, e non dio el cavallo a su fijo. El infante don García, cuando aquello sopo, fue muy sañudo contra ella, e ovo su consejo con su hermano don Fernando que la mezclassen con el rey en pleito que avié amiztat con aquel cavallero que estorvara con ella quel non dio el cavallo. Mas ell infante don Fernando non se pagava de ser en razón de tal mezcla contra su madre e dixo al hermano que non serié éll en tal mezcla contra su madre, mas quel consintrié quequier que él dixiesse, e que se callarié.

Don García, con la mala voluntat e con la cruel saña que avié, enfamó a su madre ant el rey en aquella que dizié que lo firmarié con su hermano. El rey, cuando vio que con tal recabdo ge lo dizié, óvole de creer, e priso a la reína e mandola guardar en el castiello de Nágera. E desí fizo cortes sobre aquella razón; e falló la corte por derecho que se salvasse la reína. Mas porque non avié ý ninguno que contra los fijos del rey quisiesse dezir que él lo lidiarié por la reína, veno estonces don Ramiro so fijo del rey, que era de barragana, omne muy fermoso e muy esforçado en armas, e dixo por corte que él querié lidiar por la reína. La corte estando en este departimiento, veno un sant omne de orden que era monge del monesterio de ý de Nágera, e dixo al rey: —Señor, si la reína es acusada con falssedat, ¿querriedes vos perdonar a ella e a aquellos que lo dixieron? Respondiol el rey: —Si la reína con derecho se puede salvar d’esto, non a cosa en el mundo de que más me ploguiesse. E esto dizié aquel santo omne porque los fijos del rey se le confessaran cómo dixieran aquello contra su madre con falssedat e con nemiga. El santo omne sacó estonces al rey aparte e dixol tod el fecho de cómo fuera; e el rey cróvolo por el Espírito Santo de Dios que veno en él e ge lo fizo creer, e soltó a la reína.

E fue por esta guisa la reína doña Elvira libre e quita de muerte aquel día por aquel santo omne. El rey seyendo muy alegre porque la reína escapara e estorciera de muerte, rogola que perdonasse a sus fijos aquel yerro que contra ella fizieran. La reína, pues que la el rey rogava, perdonolos en esta guisa e a tal pleito: que don García, su fijo que la mezclara con tamaña falssedad, que non regnasse en el regno de Castiella, el que ella heredara de partes de su padre. E assí fue, ca aquel rey don Sancho cuando partió el regno a los fijos, por tal que non entrasse entr’ellos discordia nin se guisasse a los moros por ý de poder más qu’ellos, tovo por bien de dar a don García, que era el fijo mayor, el regno de Navarra con el condado de Cantabria; e a don Fernando, el de Castiella; e a don Ramiro, el que oviera en barragana, diole a Aragón, que era como logar apartado d’esto ál, por amor que non oviesse contienda con sus hermanos. E esto fue con consejo de la reína, quel ayudó a ello porque se quisiera meter a lidiar con dos por ella; demás, que Aragón era suya de la reína, porque ge la diera el rey en arras cuando casara. E fue estonces la reína tornada en su onra primera que oviera, e aun en mayor, assí como dize la estoria.

El sueño del Imperio

La esperanza de ocupar el trono del Sacro Imperio Romano Germánico cubrió de luces y sombras veinte años del reinado de Alfonso. Candidato a él por herencia materna (Beatriz era una Staufen, prima del último emperador, Federico II, y heredera del ducado de Suabia), el empeño alfonsí por erigirse en Romanorum Imperator acabó por dilapidar las arcas del reino y extenuar los recursos y la paciencia de sus grupos de poder: nobleza, clero y concejos.

La historia del sueño imperial comenzó en 1256, cuando una embajada de la ciudad italiana de Pisa ofreció a Alfonso el cargo, y terminó definitivamente en 1275, con la humillante entrevista en Beaucaire entre el rey y Gregorio X, en la que el papa acabó por desestimar de una vez por todas la candidatura alfonsí en favor del ya por entonces proclamado emperador Rodolfo de Habsburgo. En medio, dos décadas de campañas de prestigio, ingentes desembolsos de dinero y alta diplomacia internacional, que mantuvieron al rey de Castilla y León en el centro de las miradas de todo Occidente (y parte de Oriente), pero que lo hicieron asimismo diana de las críticas progresivamente más aceradas de los sectores influyentes de su propio reino.

En cualquier caso, no cabe reducir el propósito imperial de Alfonso a motivaciones de orden exclusivamente personal (en clave de mera ambición desmedida), sino que debe entenderse en el marco de su particular cosmovisión. Si el llamado fecho del Imperio se vio finalmente condenado al fracaso en buena medida fue porque Alfonso (gibelino de sangre y de convicción) no pareció contar nunca con el apoyo decidido de quien tenía la última palabra, el papado.

Regalia insignia



Anverso del sello de Alfonso X como Rey de Romanos, con la inscripción: ALFONSUS DEI GRACIA ROMANORVM REX SEMPER AVGVSTVS (The British Library).


Desde abril de 1256, Alfonso adoptó el título de Romanorum Rex (Rey de Romanos) en la documentación emanada de su cancillería. Ello incluyó hacerse representar en figura de emperador en algunas imágenes regias, como en el sello que aquí incluimos o en una vidriera de la catedral de León. Nótense los atributos imperiales con los que aparece el rey en la imagen: entronizado y coronado, en la mano derecha sujeta un cetro con águila en su punta, y en la derecha, un orbe con la cruz encima.

Para saber más

Isidro G. Bango Torviso, «La imagen pública de la realeza bajo el reinado de Alfonso X. Breves apostillas sobre regalia insignia y actuaciones protocolarias», Alcanate VII (2010-2011), 13-42.

Aclamación imperial

En la primavera de 1256, una insólita embajada procedente de la república de Pisa llegaba a Soria, donde estaba instalado el rey provisionalmente, para hacerle llegar el apoyo pisano a su candidatura como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y por tanto nombrarle virtualmente Rey de Romanos. Ello no era más que un primer paso, a expensas de la intervención de quienes realmente tenían capacidad decisoria: por un lado, los siete príncipes alemanes que, por elección, nombraban al candidato Romanorum Rex; por otro y sobre todo, el papa, de quien se acababa obteniendo la dignidad de emperador. Con las siguientes palabras de exaltación y euforia comenzaba entonces un penoso proceso que habría de alargarse casi veinte años, y que finalmente condujo al rey al descrédito dentro de su propio reino.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Porque el común de Pisa, toda Italia y casi todo el mundo os reconoce a vos, el excelentísimo, invictísimo y triunfante señor Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Murcia y de Jaén, por el más excelso sobre todos los reyes que son o fueron nunca en los tiempos dignos de memoria, especialmente por la gracia del Espíritu Santo, que divinamente os fue inspirada, adornándoos con multiplicados dones; y saben también que amáis más que todos la paz, la verdad, la misericordia y la justicia, y que sois el más cristianísimo y fiel de todos; y conocen también que aspiráis de todo corazón a la amplificación del honor de la Santa Madre Iglesia y de su pacífico estado, así también como del Imperio Romano; y que el mismo Imperio ha estado vaco mucho tiempo y se halla destrozado por sus enemigos;

y sabiendo que vos habéis nacido de la sangre de los duques de Suebia, a cuya casa por privilegio de los príncipes y por concesión de los pontífices de la Iglesia romana es notorio pertenecer digna y justamente el Imperio; y que divinamente pueden reunirse en vos por sucesión los imperios divididos por abuso, pues descendéis de Manuel, que fue emperador de los romanos, y volverse a juntar en vos, como lo estuvieron en tiempo de César y del cristianísimo Constantino; y por el sobredicho impulso de los ánimos, la atención de los santos y la discreción de los hombres, príncipes, barones, señores y comunidades, y de todo el pueblo de Italia; y también de los alemanes y de los demás del Imperio, se han movido a teneros a vos por digno de ser Rey de Romanos y Emperador;

por esto, pues, yo, Bandino Lanza, hijo del señor Guido Lanza de los Casales de Pisa (difunto), mensajero, embajador, síndico y procurador del común de Pisa, como tal, en nombre del mismo común y de los bailíos y potestades, y en virtud de los poderes concedidos a mí por instrumentos públicos, a gloria de Dios y a honor de la gloriosísima Virgen María, madre de Cristo, Dios vivo, y de todos los santos y santas de Dios, y a honor de la Santa Madre Iglesia romana, y de sus pontífices y fieles cristianos, y a honor y utilidad del estado de los príncipes, barones, condes, marqueses, grandes y otros cualesquier señores, ciudades, tierras, comunidades y de todo el pueblo cristiano y del Imperio romano, invocada la gracia de Dios y de la individua Trinidad, os elijo, recibo, promuevo y llamo a vos el señor Alfonso sobredicho, que estáis presente, por todo el Imperio romano y en nombre suyo y de todo el pueblo dependiente del mismo Imperio, atendiendo a su utilidad, en Rey de Romanos y en Emperador del Imperio romano, que ahora está vaco […].

Documento de aclamación de Alfonso X como Emperador de los Romanos, a cargo de Bandino Lancia, embajador de Pisa (Soria, 15 de abril de 1256) [Fragmeno traducido del latín; tomado de H. Salvador Martínez, Alfonso X, el Sabio. Una biografía, Madrid: Polifemo, 2003, págs. 596-597].

Nadie es profeta en su tierra

Aparte de socavar la economía del reino, la aventura imperial también condicionó en buena medida la «política interior» de Alfonso, que tuvo que ir plegándose progresivamente a las exigencias de una casta nobiliaria enfrentada al monarca casi desde el principio del reinado con motivo de las intervenciones regias en el derecho foral o la implantación de determinadas medidas fiscales. El sostenido conflicto con la nobleza (detrás del que, en el fondo, se halla la concepción política alfonsí según la cual el rey es centro y cabeza del reino) conoció su episodio más crítico en 1272, cuando casi toda la alta nobleza castellano-leonesa se sublevó contra el monarca, rompiendo su vasallaje y exiliándose en el reino de Granada, lo que obligó a Alfonso a retroceder en sus posiciones regalistas a través de una serie de concesiones a los nobles. Pese al posterior regreso de los magnates, la sombra de la conjura no dejó desde entonces de cernirse sobre el reino, con episodios tan infaustos como el ajusticiamiento del infante don Fadrique (hermano del rey) y de Simón Ruiz de Cameros en 1277, y terminó por provocar pocos años más tarde una conspiración encabezada por el segundogénito del rey, el futuro Sancho IV. Sancho estaba en conflicto con su padre a causa de la sucesión del reino desde que en 1275 muriera prematuramente el heredero directo, don Fernando de la Cerda, dejando dos hijos varones de corta edad, los célebres infantes de la Cerda, cuya prioridad en la línea de sucesión era defendida por algunos sectores de la corte con el apoyo del rey francés, Felipe III, en virtud del matrimonio de su hermana Blanca con el infante Fernando. El conflicto desembocó finalmente en una guerra civil que dividió el reino entre los años 1282 y 1284, y que mantuvo al viejo y enfermo rey Alfonso conminado en Sevilla y abandonado por casi toda su familia (incluida su esposa Violante) y de buena parte de las fuerzas políticas del reino.

Solo en este contexto de elevada tensión general y personal cabe entender algunas de las controvertidas decisiones que Alfonso se vio empujado a tomar en los últimos momentos de su reinado, tales como el desheredamiento y maldición de su hijo Sancho, la colaboración militar con los benimerines durante la guerra civil o la manda testamentaria que concebía la opción de anexionar a Francia el reino de Castilla y León.

¿Quién es quién: Fernando o Sancho?

Miniatura que encabeza el códice E1 de la Estoria de España, procedente del escriptorio regio. Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ms. Y-I-2, fol. 1v.


La muerte repentina de Fernando de la Cerda en Ciudad Real, el día de Santiago de 1275, cuando se disponía a encabezar un ejército con el que hacer frente a la invasión de los benimerines, causó una profunda conmoción en todo el reino. La desaparición de quien estaba llamado a dirigir los destinos del señorío abrió un largo y penoso conflicto sucesorio entre las ramas representadas, de una parte, por sus dos hijos pequeños (Alfonso y Fernando, tenidos en la infanta francesa Blanca y conocidos como «los infantes de la Cerda») y, de otra, por el segundogénito de Alfonso X, el futuro Sancho IV. La crisis, que desembocó en la guerra civil de 1282-1284, alcanzó repercusión internacional por los intereses de Francia en el asunto, y sus efectos todavía alcanzan a una fecha tan tardía como 1386, cuando Juan I justificó su derecho al trono a través de su parentesco con los infantes de la Cerda.

Por lo demás, aquel conflicto se manifestó también en el terreno artístico. En efecto, el códice Y-I-2 de la Biblioteca de El Escorial conserva una copia de la Versión primitiva de la Estoria de España, y está encabezado por una miniatura en la que el rey presenta el códice de la Estoria al infante heredero. Siempre ha habido dudas respecto a la identidad del infante allí dibujado: si todavía se trata de Fernando (antes, pues, de 1275) o si es ya Sancho (tras 1275). Un reciente trabajo de la historiadora del arte Rosa Rodríguez Porto parece zanjar la cuestión a favor del de La Cerda, con la interesante aportación de que el personaje que observamos a la izquierda del rey, cuya imagen fue posteriormente dañada con encono, no es otro que el infante Manuel (padre de don Juan Manuel), el menor de los hermanos de Alfonso, y a quien este confesó amar como a un hijo hasta que Manuel participó en la conjura contra Alfonso en la primavera de 1282.

Para saber más

Rosa Rodríguez Porto, «Inscribed/Effaced. The Estoria de Espanna after 1275», Hispanic Research Journal, vol. 13, núm. 5 (oct., 2012), 385-404.

Menosprecio de corte

Entre las cantigas profanas debidas al Rey Sabio, destaca una (la número 26) en que Alfonso aborda admirablemente el tema del contemptus mundi o desprecio del mundo. Atravesada de una añoranza serena y sabia, en ella el poeta confiesa preferir la vida de marinero a la de la caballería cortesana, envenenada de intrigas y traiciones por parte de los «alacranes» que habitan la corte. La crítica ha destacado repetidamente la calidad poética de este texto, considerado por uno de sus editores (Rodrigues Lapa) una de las piezas más hermosas y más impresionantes del acervo lírico gallego-portugués. Ofrecemos aquí el texto original y una traducción nuestra al español respetuosa con la métrica y la rima.

Versión original

Non me posso pagar tanto
do canto
das aves nen de seu son,
nen d’amor nen de mixon
nen d’armas –ca ei espanto,
por quanto
mui perigo[o]sas son–,
come dun bon galeon,
que m'alongue muit’ aginha
deste demo da campinha,
u os alacrães son;
ca dentro no coraçon
senti deles a espinha!

E juro par Deus lo santo
que manto
non tragerei nen granhon,
nen terrei d’amor razon
nen d’armas, porque quebranto
e chanto
ven delas toda sazon;
mais tragerei un dormon,
e irei pela marinha
vendend’azeit’ e farinha;
e fugirei do poçon
do alacran, ca eu non
lhi sei outra meezinha.

Nen de lançar a tavlado
pagado
non sõo, se Deus m’ampar,
aqui, nen de bafordar;
e andar de noute armado,
sen grado
o faço, e a roldar;
ca mais me pago do mar
que de seer cavaleiro;
ca eu foi já marinheiro
e quero-m’oi mais guardar
do alacran, e tornar
ao que me foi primeiro.

E direi-vos un recado;
pecado
nunca me pod’enganar
que me faça já falar
en armas, ca non m’é dado
(doado
m’é de as eu razõar,
pois-las non ei a provar);
ante quer’andar sinlheiro
e ir come mercadeiro
algua terra buscar,
u me non possan culpar
alacran negro nem veiro.

Alfonso X, Cantigas profanas. Juan Paredes Núñez (ed.), Madrid: Castalia, 2010, núm. XXVI (págs. 97-100).

Traducción española

No puedo ya gozar tanto
del canto
de las aves ni su son,
ni de amor ni abnegación
ni de armas –que tengo espanto
por cuanto
peligrosísimas son–,
como de un buen galeón
que me aleje muy aína
de este infierno de campiña,
do los alacranes son,
pues dentro, en el corazón,
¡sentí de ellos la espina!

Y lo juro por Dios santo
que manto
no traeré ni mostachón,
ni tendré de amor razón
ni de armas, porque quebranto
y llanto
traen siempre en conclusión;
mas traeré una embarcación,
e iré por la marina
vendiendo aceite y harina;
y huiré de la secreción
del alacrán, pues yo no
conozco otra medicina.

Ni por lanzar a tablado
pagado
soy, Dios me quiera amparar,
ya, ni de bohordar;
y andar de noche armado,
sin grado
lo hago, ni el rondar,
pues más disfruto del mar
que de ser un caballero;
pues yo fui ya marinero,
y quiérome hoy más guardar
del alacrán, y tornar
a lo que ya fui primero.

Y os diré un recado:
pecado
nunca me puede engañar
hacïéndome hablar
de armas, pues no me es dado
(que dado
me es de ellas razonar,
pues no las he de probar);
antes quiero andar errante
e ir como comerciante
a alguna tierra buscar,
do no me puedan culpar
alacrán negro o brillante.

Últimas voluntades

Durante sus últimos meses de vida, Alfonso redactó dos textos en que expresaba sus últimas voluntades: se trata, primero, del testamento otorgado el 8 de noviembre de 1282 y, seguidamente, del codicilo (a menudo mal llamado «segundo testamento»), del 10 de enero de 1284, dictado apenas tres meses antes de morir. En el primero, el rey aborda los espinosos asuntos políticos y jurídicos que ensombrecieron sus úlitimos años, en relación con el pleito sucesorio. En un tono marcadamente personal, Alfonso justifica su postura en la crisis que sobrevino tras la muerte del infante Fernando de la Cerda, así como su comportamiento con respecto a su hijo Sancho, a quien finalmente deshereda, maldice y declara traidor. Además, cree también necesario alegar las razones que, en el marco de la sublevación de su hijo, le llevaron a aliarse con sus antiguos enemigos, los benimerines. Por último, nombra herederos del reino a sus nietos, los infantes de la Cerda, y, en caso de fallecimiento de estos, prevé la insólita opción de que el señorío pase a manos del rey de Francia, en virtud del parentesco que une a las dos familias a través de sus antepasados Alfonso VII y Alfonso VIII. En el segundo texto, el rey se ratifica en todo lo dicho más de un año antes, y añade una serie de mandas en relación con sus deudas, su enterramiento y sus propiedades más apreciadas, con mención asimismo de diversos dones a familiares y súbditos.

Murcia en el corazón

Sepulcro renacentista de la catedral de Murcia donde se guardan el corazón y las entrañas de Alfonso el Sabio.
Entre las disposiciones del codicilo de 1284, figuran una serie de mandas en torno al destino del cuerpo del rey. En ellas, Alfonso expresa el deseo de que su cuerpo sea enterrado en la catedral de Murcia, «el primero logar que Dios quiso que ganásemos a servicio d’Él». De no ser posible, ordena a sus albaceas que lo entierren en Sevilla, en unas condiciones que transmiten no poca humildad y reverencia filial: «que la sepultura non sea mucho alta, e si quisieren que sea allí do el rey don Ferrando e la reina doña Beatriz yazen, que fagan en tal manera que la nuestra cabeça tengamos a los sus pies d’amos a dos, e que sea la sepultura llana, de guisa que cuando el capellán viniera decir oración sobr’ellos e sobre nós, que los pies tenga sobre la nuestra sepultura».

Seguidamente, el rey solicita que le sea extraído el corazón y enviado a enterrar al Monte Calvario, en Jerusalén. En la actualidad, el cuerpo de Alfonso el Sabio reposa en la capilla real de la catedral de Sevilla, a pocos metros del de sus padres, Fernando y Beatriz, mientras que su corazón y sus entrañas lo hacen en un sepulcro renacentista de la catedral de Murcia.

Para saber más

Juan Torres Fontes, «El corazón de Alfonso X el Sabio en Murcia», Murgetana, 106 (2002), 9-15.

Testamento literario

El testamento de Alfonso X ha sido considerado por su biógrafo moderno, Manuel González Jiménez, «una pieza literaria de primer orden, digna de figurar en todas las antologías de prosa castellana medieval, bella y mesurada en la expresión, convincente en sus argumentos y plena de dramatismo». En él, se advierte la ira contenida de un rey depuesto por sus súbditos, pero sobre todo la perplejidad de un padre traicionado por su propio hijo. Con pluma limpia y decidida, el rey va desgranando las razones que le llevaron a tomar decisiones tan controvertidas como el desheredamiento y maldición de su hijo Sancho, la alianza con los benimerines o la previsión de anexionar su reino a la corona francesa.
En el nombre del Padre e del Fijo e del Espíritu Santo, amén. Conoscida cosa sea e manifiesta a todos los homes que este escrito vieren e leyeren e oyeren cómo nós, don Alfonso, por la gracia de Dios reinante en Castilla e en León e en Toledo e en Galicia e en Sevilla e en Córdoba e en Murcia e en Jahén e en Badajoz e en el Algarve, seyendo sano en nuestro cuerpo e sano de nuestra voluntad, e creyendo firmemente en la Santa Trinidad, Padre e Fijo e Espíritu Santo, que son tres personas e un solo Dios verdadero, e creyendo en la Virgen Santa María, madre de nuestro señor Jesucristo, en que Él priso carne humana por nos salvar, e creyendo en todas las otras cosas en que la santa Iglesia de Roma cree e guarda, e manda creer e guardar, e conosciendo que por otra cosa no puede ser home salvo sinon por la nuestra fe católica; e veniéndonos en miente de las muchas buenas mercedes que Dios nos fizo, e en tantas maneras que lo non podríamos asmar nin decir; e remembrándonos otrosí de aquella palabra que Él dixo: «Segund que te fallare, así te juzgaré»; e temiéndonos del su juicio e de la su sentencia, ant’el que en los cielos e la tierra habrán gran pavor e tremerán, maguer que ya entendemos que nós non habremos derecha razón por que nos escusemos segund las grandes mercedes que nos Él fizo, e los muchos yerros e pesares que Le nós fezimos, pero esforzándonos en la palabra que Él mismo dixo, que mayor era la su merced que todos los pecados podrían ser, e acordándonos otrosí de la su piadat e de la Virgen Santa María, su madre, que nunca fallece a los que a ella se encomiendan, ca ella es nuestra abogada e medianera entre Él e nós, e ruega siempre por nós, pecadores, e Él quiso ser su fijo por la su merced e por ruego d’ella nos quiso salvar e sacar del poder del diablo, porque nos Él vino redemir esparciendo su sangre en la cruz por nós moriendo.

E por ende remembrándonos de todas estas mercedes e otras muchas que nos fizo, que son tantas e tan grandes que lo non podíamos decir, facemos e ordenamos este nuestro testamento e nuestra postrimera voluntad también de nuestra alma como de nuestro cuerpo e de nuestros reinos, e mostrámoslo por nuestro testamento.

Primeramente ofrecemos nuestra ánima a nuestro señor Jesucristo, onde la nós hobimos e cúya es, pues que dio la suya por nós; e pedímosle merced que la quiera recebir por mano de sus santos ángeles e no consienta que los diablos hayan parte en ella, mas antes rogamos a nuestro Señor Dios que se venga miente d’ella e que non quiera que se pierda, mas que le plega de la salvar. Otrosí, pedimos merced a la Virgen Santa María, su madre, en quien fue siempre e es nuestra esperanza d’Él en ayuso, que ella sea rogadera por nós.

E otrosí rogamos a san Clemente, en cuyo día nascimos, a sant Alfons, cuyo nombre habemos, e a Santiago, que es nuestro señor e nuestro defensor e nuestro padre, que por todos estos debdos que habemos con ellos sean rogadores a Santa María e al su fijo bendito, que Él quiera recebir la nuestra ánima e que sus grandes mercedes venzan a nuestros pecados. E acomendámosle otrosí nuestro cuerpo en vida, e pedímosle merced que nos guíe al su servicio.

E otrosí, acomendámosle los nuestros fijos e los nuestros vasallos que se tienen con nusco, faciendo lealtad e derecho parándose contra los traidores, que ficieron grandes traiciones contra nós, e facen cada día los traidores de Dios, e de nós e de todo nuestro linage, e de España e de todo el mundo. E acomendámosle otrosí las nuestras tierras, e los nuestros reinos, e todo cuanto Él nos dio a nós, e a los nuestros herederos, de aquí adelante que lo ovieren con derecho. E pedímosle por merced que lo guarde si la su piadat fuere, que los non empezcan los nuestros pecados, ni los suyos, mas que les haya merced por el servicio que ficieron aquellos donde nós venimos, que guarde Él todo nuestro señorío que fue siempre cosa suya quita; e que lo tenga en aquel estado en que debe ser, e que lo acreciente todavía en manera por que Él sea servido e en la su santa fe ensalzado. E porque es costumbre e derecho natural, e otrosí fuero e ley d’España que el fijo mayor debe heredar los reinos e el señorío del padre, non faciendo cosas contra estos derechos sobredichos por que lo hayan de perder, por ende nós seguiendo esta carrera después de la muerte de don Fernando, nuestro fijo mayor, comoquier que el fijo que él dexase de su muger de bendición, si él vezquiera más que nós, por derecho deve heredar lo suyo así como lo debía heredar el padre, mas pues que Dios quiso que saliese del medio que era línea derecha por do descendía el derecho de nós a los sus fijos, nós catando el derecho antiguo a la ley de razón segund la ley de España, otorgamos e concedimos a don Sancho, nuestro fijo mayor [sic], que lo hobiese en lugar de don Fernando, nuestro fijo mayor, porque era más llegado por línea derecha que los nuestros nietos, fijos de don Fernando. E esto le dimos e otorgámosgelo lo más complidamente que ge lo podimos dar e otorgar, fiando en la merced de Dios, que pues Él es el raíz de todos los bienes e derechos que faría don Sancho que lo entendiese e lo guardase; e fiando nós otrosí en don Sancho, nuestro fijo, por muchas razones naturales por do home se debe fiar en otro: la primera porque era nuestro fijo mayor pués que don Fernando muriera; e la segunda, por muy grande amor verdadero que le habíamos; e la otra por la mucha honra e el mucho bien que le habíamos fecho en muchas maneras.

E otrosí, aunque le hobimos fecho algunos pesares en algunas cosas, segund facen padres a fijos, peró tanto era el bien que le nós fecimos e facíamos, que teniemos que todo aquello era olvidado, e que debiera amarnos más que otra cosa, mayormente que nós nunca ninguna cosa fecimos contra él que facer non la debiésemos, e la honra para él la queríamos toda más aún que no para nós, e poníamos por que él, e la bondat e poder e señorío no tan solamente en España mas en todas las partes del mundo, que non menguase. E bien era tanto lo que encobrimos e sofrimos e callamos como los otros bienes que le facíamos, ca así como puñávamos de levar adelante el su fecho, así puñaba él de levar atrás el nuestro; e así como nós le honramos cuanto más pudimos, así puñó él de nos deshonrar lo más cruelmente que él pudo, e así como nós lo queríamos piadosamente, así cruelmente puñó él por nos desfacer lo que Dios había en nós dado, e cobdiciando nuestra muerte.

E nós obrando en cómo él fuese heredero, así como nunca heredara en España rey ni rico home a su fijo que amase, puñó él en nos desheredar lo más estrañamente que nunca fue rey desheredado en ninguna parte del mundo; e así como nós le dimos poder mayor como que nunca fijo del rey hobiera en vida de su padre, así nos desapoderó él del mayor desapoderamiento que nunca fue hecho a padre por fijo. E así como nós puñamos siempre en ensalzar e noblescer la su facienda e la su fama, así puñó él de envilecer e de abaxar la nuestra por todas las maneras que él pudo, por palabras e por obra; ca así como nós a él conoscimos en todo bien, así nos desconoció él en todo mal, e en todas las cosas que un home puede desconoscer a otro. Onde porque la cobdicia es raíz onde se mueven todos los males, e otrosí desconoscencia es cabeza en que se ayunta e se afirma, el diablo hobo a tamaño poder que estas dos puso firmes en la obra e voluntad de don Sancho. Ca en cuantos males él fizo contra nós, bien dio a entender que con estas dos obraba; por ende ellas mismas mostrarán el juicio que había según su merescimiento.

Ca en cuanto nós estamos en servicio de Dios, que obramos por Él cuanto nós podimos, tanto lo estorvó don Sancho e puñó en lo destorvar cuanto él pudo e sopo; ca el derecho de Dios quiere e manda que quien el su servicio estorva, que pierda el su poder de todas las cosas con quel podría estorvar; e otrosí que va contra derecho natural, ca non conosciendo el debdo de natura que ha con el padre, quiere Dios, e manda la ley e el derecho, que sea desheredado de lo que el padre ha, e non haya parte en ninguna cosa d’ello por razón de natura; e otrosí el fijo que heredare al padre contra mandamiento de Dios e lo que manda la ley, e quien quier que padre o madre desheredare, que muera por ello.
E por ende don Sancho, por lo que fizo contra nós debía ser desheredado de todas las cosas, por el desheredamiento que nos fizo tomando nuestras heredades a muy grand quebrantamiento de nós; e por non querer esperar fasta la nuestra muerte por haberlos con derecho e como debía, desheredado sea de Dios e Santa María, e nós desheredámoslo.
Otrosí por fuero e por ley del mundo, que non herede en lo nuestro él, ni los que vinieren d’él, por siempre jamás. Otrosí, porque nos desapoderó contra verdad e contra derecho del mayor desapoderamiento que nunca fue fecho a home, debe ser él desapoderado, e decimos contra él aquel mal que Dios establesció contra aquel que tales cosas dixiese, e esto es, que sea maldicho de Dios e de Santa María, e de toda la corte celestial, e de nós; e por disfamamiento que fizo de nuestra persona, desfamámoslo nós de aquel desfamamiento que él se quiso haber; e que así como traición fizo de aquestas cosas, que así lo damos nós por traidor en todas e por cada una d’ellas, de guisa que non tan solamente haya aquella pena que traidor meresce en España, mas en todas las tierras do él acaeciere vivo e muerto. E porque a los otros nuestros fijos metió en estos fechos faciéndoles entender falsedades e enemigas, por que se hobieron a mover contra nós muy cruelmente, e ellos non catando contra nós el amor que les nós habíamos como padre e como amigo e como señor, con muchos bienes que les fecimos en criarlos e en casarlos e encimarlos muy mejor que fijos de reyes fueron encemados en España, que non hobiese de haber el reino, e todo esto fecimos nós.


E otrosí a don Manuel, nuestro hermano, vimos que tan raigado era el su amor en nuestro corazón, como del fijo que más amamos; mas temiéndonos que los primeros esto debían de tener por mal en ser con don Sancho, e vimos todo el contrario d’esto, cómo tan solamente abondó a ellos e sofrile lo que facía, mas aún puñaron en matar los homes de tierra cuanto pudieron, en que se denodasen con nusco, e desconosciéndonos de señorío e de todas las otras cosas, e debdos de bien que con nusco habían. E nós cuando vimos que el nuestro linage nos falleciera e los nuestros vasallos naturales, tornámosnos a Dios que nos los había dado, e pedímosle por merced que nos acorriese de alguna parte por que no hobiésemos a tan grand quebranto como habíannos mostrado, e habían e querían aún mostrar estos sobredichos. E teníamos ojo por el rey de Portugal, que era nuestro nieto, fijo de nuestra fija, que nos ayudase de guisa que non pasase sobre nós tan cruel fecho como este; mas él, catando la su mancebía e el consejo que le dieron contra Dios e contra derecho aquellos que se lo consejaron, non catando él qué les estuviera si lo ficiesen, e el grand pro que les ende viniera, e non les abondó en non lo querer facer nin tomar cabeza a ello; mas tovo que era mucho en nos buscar mal consegeramente; e más fízonoslo en otras muchas maneras a furto, que se nos tornó en muy grand daño; así que más lo fallamos amigo de nuestro enemigo que nuestro.

Otrosí probamos al rey de Aragón, que es nuestro cuñado de dos partes, e nuestro amigo de tiempo antiguo acá, de amistad que hobieron en uno el nuestro linage e el suyo, señaladamente agora que la había con nusco muy cierta, en que nos prometiera de nos ayudar contra todos los homes del mundo, que no sacó ninguno: e él juró esto sobre Sanctos Evangelios con la mayor pena seglar que podría ser entre los homes del mundo, si lo non mantoviese, cuanto más entre reyes. E mostrándole que este fecho que contra nós ficiera era contra Dios e contra todos los reyes, e en los padres que habían fijos e vasallos, e demás que le convenía bien de lo facer, e de lo allanar por muchas razones; ca de una parte era nuestro amigo por muchas maneras, que por nós fecimos e sofrimos muchas cosas por él más que por otro rey del mundo. E demás que todo esto cuanto por nós feciese, faríamos nós de manera contra él que se lo tornaría en grand pro e en gran honra. E esto le enviamos decir bien cuatro veces antes que esto fuese; mas él de guisa se escusó con la cruzada para conquerir a África, que él solo no tomó cabeza en nuestro fecho.

E al rey de Inglaterra enviamos otrosí, que es nuestro pariente e nuestro cuñado e nuestro amigo, a le mostrar que el nuestro mal suyo era, e la nuestra deshonra suya era, e de su muger nuestra hermana, e de sus fijos nuestros sobrinos; e todo este mal que nos viniera también podrié venir a él, si Dios quisiese; ca los reyes e los reinos todos son en su poder para dar e toller a quien Él quisiere. Por ende le rogamos que catando lo de Dios que nos ayudase; e sin esto el prez del mundo por que cataron siempre los nobles homes e los grandes señores, e demás que la ayuda que nos ficiese que todo se le tornaría en su honra e en su pro; e mostrando de otra parte que era muy lueño de nós, e de la otra que habían muy grandes guerras en su tierra, sóposenos escusar en guisa que non fallamos en él ninguna ayuda de la que nós cuidamos.

E otrosí al rey de Francia le enviamos a mostrar, e más a la postre que a los otros, por tres razones: la primera, porque él non era nuestro amigo estonce, ca no le plazía de lo ser; e la otra razón porque sabemos que él ficiera acender este desamor que fuera entre nós e don Sancho, que no fuera otra cosa sino muestras encobiertas que traíamos contra él; la tercera, por que teníamos ya probado en algunas cosas de las que eran pasadas, que aquella por que lo solía rogar por haber amor con nusco, si nós se lo moviésemos agora que le rogásemos qué bienes se nos pararía más en caro, e por ventura que lo non faría; peró enviámosgelo mostrar en tal manera que le pesase, e por lo de Dios, e por lo de los reyes, e por debdo que habíamos en uno, e por su buena estanza.

E al Apostóligo lo enviamos querellar como a señor de la fee, que le pesase de tanto mal que recibíamos estando en servicio de Dios, como de tamaña crueza como contra nós era fecha e se facía cada día. E otrosí ge lo enviamos mostrar como aquel que tenemos por señalado amigo, que por la su amistad que nos acorriese señaladamente, porque es vicario de Dios en todo para facer verdadera justicia. E otrosí por servicio que habían fecho a la Iglesia los del nuestro linage, que todos nacieran e visquieran e murieran en servicio de Dios e ensalzamiento de la Santa Iglesia, e nós aquello que pudimos nos trabajamos en ello siempre; e habemos voluntad de vivir e morir en ello. Onde nós guardando la fee de Dios en la tierra que en nós fincara e que se non perdiese por nuestra culpa fasta que la Iglesia e los grandes señores del mundo fuesen acordados para fazer en nós lo mejor por do ovimos a sufrir muchas cuitas e muchos embargos de grandes enfermedades de muchas maneras en nuestro cuerpo, e muchas menguas no tan solamente de ver que nos había tomado cuanto nos fallara don Sancho a sus ayudadores, mas otrosí de mengua de gente de homes que non habemos con nusco, sino muy pocos que entendiesen el derecho e quisieren obras de Dios.

E veyéndonos desapoderados de todas cosas del mundo, si non tan solamente de la merced de Dios, entendiendo que Abeincaf, rey de Marruecos e señor de los moros, e membrándose del amor que tovimos en uno, e catando el prez del mundo, adelantose ante los reyes cristianos e moros para tener derecho a verdad, mostrando que le pesaba e que se dolía del mal e del quebranto que nós habíamos recebido, deciendo que comoquier de sendas leyes éramos, e la su casa de Marruecos fuera siempre contra España, que él non quería catar aquello; mas sabiendo la nuestra casa cuánto honradamente venié de lueñe, porque tenié que en tan gran prescio no se podría facer como este para el mundo, ni tamaña honra para su ley, como en guardar esta nuestra casa que non fuese destruida, nin nós muerto nin quebrantado por tan grand traición como esta que contra nós facen los traidores. E sobre esto envionos prometer que nos ayudaría con el su cuerpo e con su linage e con sus vasallos e con su poder e con sus haberes, fasta que todo lo nuestro hobiésemos cobrado, como nunca mejor lo hobiéramos. E fízolo así, ca nos envió primero sus fijos e sus parientes, e después pasó él con su cuerpo mismo, e con su noble caballería, e con grand haber, así que en la su venida vinieron muchos bienes. Primeramente, que por la merced de Dios e por su buen esfuerzo, e por la su buena ayuda, salimos nós de la sombra de los nuestros enemigos traidores que nos traían tuerto e afogado con grand traición. Lo ál, que fuemos cobrar sanidad por que fuemos cabalgar e andar.

Otrosí aquello que los nuestros enemigos que cuidaban facer en nós apelear e nos matar e nos prender, ficiéramos nós a ellos, si se pararan en logar que pudiéramos a ellos llegar. Demás que nos ayudaron con su haber muy bien segund la mengua que nós habíamos. E sin todo esto, que dexó muy grandes fechos que había él de facer allende de la mar e en otras partes por complir lo nuestro. E nós veyendo todo esto que él facía, fiamos tanto en él que moramos cerca de cuatro meses en su poder con aquella poca gente que teníamos, fiándonos en su amor e en su verdad.

E después tornamos a Sevilla cuidando que fallaríamos ý recabdo del Apostóligo e del rey de Francia e de los otros reyes a quien habíamos enviado mostrar nuestra facienda, e non fallamos otra cosa sino palabras buenas que nos enviaron prometer asaz que nos tovo yacuanto pro de que hobieron conorte aquellos pocos pobres llagados que eran con nusco. E por el rey de Francia bien nos envió tanto decir que si nós diésemos a sus sobrinos, fijos de don Fernando, nuestro fijo, aquello que era de su padre, que se repararían todos nuestros fechos. E nós, cuando esto sopimos, entendimos que éramos desamparados de todos los homes del mundo de quien esperábamos conorte e ayuda. Comoquier que de don Sancho e de los otros nuestros fijos hobiésemos recebido pesares e los males que son ya dichos, peró nunca quesimos nós pasar contra ellos en desheredarlos, segund es dicho sobre tal fecho que nos ficieron.

Mas entonce, como quien más no puede, hobimos de enviar e de otorgar al rey de Francia aquello que él querié, parándose él a todos nuestros fechos, e otrosí al peligro que se parase a ello. E sobre esto enviamos a don Suero, obispo de Cáliz, al rey de Francia e a don frey Aimar, electo de Ávila, al Apostólico. E dimos a cada uno poder segund entendimos que convenía a tal mandadería com esta para que podiesen firmar con el Apostóligo e con el rey de Francia aquellas cosas que nós pudimos e firmar debiemos, peró que todavía que si alguno de los nuestros fijos, sacando don Sancho, que no tenemos en la cuenta de los otros, viniesen a nós para nos servir, que le pudiésemos facer algund bien señalado, salvo en el señorío mayor.

Onde queremos que sepan todos cuantos este escripto vieren e oyeren que este testamento que nós facemos que es fecho a servicio de Dios e a honra de la Santa Iglesia, e a mandado de nuestro linage e procomunal, e no tan solamente de señorío, mas de todo cristianismo.

E las razones que en este fecho entendemos por qué lo facemos, queremos que lo sepan todos: primeramente, que tenemos que Dios no puede ser tan bien servido en ninguna manera como para ser ayuntado amor de España firmemente e de Francia por todo tiempo. Ca segund los españoles son esforzados e ardides e guerreros, e los franceses son ricos e asoseguados e de grandes fechos e de buena barrunte e de vida ordenada, e otrosí seyendo acordadas estas dos gentes en uno, con el poder e con el haber que habrán, no tan solamente ganarán a España, mas todas las otras tierras que son de los enemigos de la fee contra de la Iglesia de Roma, e será tan grande que todos los fechos de Ultramar de los logares que son contra ellos con estas dos gentes los podrán acabar muy ligeramente si quisieren guardar e de ser de nuestro linage, que los buenos sin culpa hereden lo que los malos pierdan por sus merescimientos, procomunal será de nuestro señorío. Ca de aquestos dos poderes fueran unos a cabdellar los homes de esta tierra, ficieran mejor servir a Dios que non agora facen, e sabrán más honrar e obedescer a los señores, e que a mayor sabor de vevir en justicia e en paz, e ser ricos e de buena barata, e procomunal será no tan solamente de nuestro señorío, mas de todo cristianismo.

Otrosí, muchos que son agora pobres e non han consejo, haberlo han por este logar; porque podrán servir a Dios, e ellos facer vida de homes buenos. E por ende ordenamos e damos e otorgamos e mandamos en este nuestro testamento que el nuestro señorío mayor de todo lo que habemos e haber debemos finque después de nuestros días en nuestros nietos, fijos de don Fernando, nuestro fijo que fue primero heredero, de guisa que el mayor herede este nuestro señorío, e al otro que le fagan bien, así como conviene segund el fuero de España manda facer a los fijos que non han de haber el señorío mayor, por tal manera que lo que le diere que lo tenga d’él, así como de señor. En esto mesmo decimos, si alguno de nuestros fijos, sacando don Sancho, si toviere con nusco por que le hayamos a facer bien e honra en alguna cosa señalada, esto facemos otrosí, porque entendemos que ninguno de nuestros fijos por sí non podrán amparar lo nuestro, segund que agora está parado de cómo las gentes son pobres e de mal ordenamiento, por fuerza conviene que el que lo hobiese e buscase de otra parte e que le ayudasen a mantener. E por ende tan grande ayuda ni tan buena non podría haber como el rey de Francia.

E por que estas cosas sean más estables e firmes e valederas, establecemos e ordenamos aún más: que si los fijos de don Fernando muriesen sin fijos que debién heredar, que tome este nuestro señorío el rey de Francia, porque viene derechamente de línea derecha onde nos venimos, del Emperador de España, e es bisnieto del rey don Alfonso de Castilla, bien como nós, ca es nieto de su fija.

E este señorío damos e otorgamos en tal manera que sea yuntado en el reino de Francia en tal guisa que ambos los reinos sean uno para siempre, e el que fuere rey e señor de Francia sea otrosí rey e señor de este nuestro señorío de España. E porque esta ofrenda ofrecemos a Dios por que Él sea servido, e la su ley sea ensalzada, metemos este nuestro fecho en poder e en guarda de la Santa Iglesia de Roma, que ella siempre sea tenuda de lo facer a tener e guardar, así como se muestra nuestra postrimera voluntad por este nuestro testamento escripto.

E otorgamos que si la Iglesia de Roma e el rey de Francia quisieren estar e otorgar e tener segund que es puesto e ordenado, que nós de aquí adelante revocamos e desfacemos todos los otros testamentos que antes d’este hobimos fecho. E establecemos que ningund otro testamento non vala sino este, sacando aquellas cosas que mandamos por nuestra alma a nuestros fijos e amigos e vasallos en otro escripto que nós facemos, que non tañen a menguamiento d’este señorío. E si alguno, quier de nuestro linage quier de otro fuero, quisiere ir contra estas cosas sobredichas, o contra algunas d’ellas, para las menguar o embargar, que sea descomulgado e maldito de Dios e de la Iglesia de Roma, e haya la maldición de aquellos onde nós venimos e la nuestra: e sea atal traidor como aquel que vende castillo o mata señor, de guisa que non se pueda salvar por ningund fuero, ni por armas ni por otra cosa ninguna que sepa facer.

E por que esto sea firme e estable para siempre mandamos sellar este nuestro testamento con nuestro sello de plomo.

Este testamento fue hecho en Sevilla, domingo, ocho días de noviembre, era de mill e trecientos e veinte e un años. Testigos que fueron llamados e rogados: doña Beatriz, fija del rey e reína de Portugal e del Algarbe; e don Remondo, arzobispo de Sevilla; e don Suero, obsipo de Cáliz; e don fray Aimar, electo de Ávila; e don Martín Gil de Portugal, e Pero García de Arenis, e Suer Pérez de la Rosa, e Garci Jufré, copero mayor del rey; e Tel Gutiérrez, justicia de la casa del rey; e Juan Martín, capellán mayor de la capilla del rey; e Pero Ruiz de Villegas, e Lope Alonso, portero mayor en el reino de Gallicia. E yo Juan Andrés, escribano del rey, escribí este testamento por mandado de este señor rey don Alonso, e só testigo. E este traslado fue concertado de otro traslado que fue sacado del testamento principal concertado.

Alfonso hoy

Los acontecimientos que ensombrecieron los últimos años del reinado de Alfonso (fracaso del fecho del imperio, pleito sucesorio, ejecución de magnates, guerra civil, etc.), unidos a su fama de «astrólogo», contribuyeron a crear ya desde sus días una leyenda negra en torno a su figura que se vio acrecentada con el paso del tiempo bien por iniciativas interesadas en la defenestración de su memoria (de ahí el famoso relato de la blasfemia, según el cual el rey habría declarado que, si él hubiera estado junto a Dios en el momento de la creación del mundo, habría hecho algunas cosas mejor de lo que Dios las hizo), o bien por jucios críticos más o menos precipitados, que vienen a condensarse en la célebre fórmula de Eduardo Marquina, fundada en un juicio del padre Mariana: «De tanto mirar al cielo / se le cayó la corona». Sin embargo, a la luz de su propio concepto de la realeza («Vicarios de Dios son los reyes») cabe más bien pensar que Alfonso nunca dejó de ceñir su corona cuando miraba al cielo, o mejor, que ciñó su corona con vistas al cielo, con una altura de miras y un conocimiento de causa que no todos sus contemporáneos (ni sus estudiosos posteriores) supieron apreciar. Dan ganas de exclamar, contrafaciendo al juglar del Cid, «¡Dios, qué buen señor, si oviese buenos vasallos!».

En cualquier caso, la influencia de su labor cultural, científica y legislativa en los siglos posteriores, tanto dentro como fuera de España, fue inmensa. En nuestro país, se le reconoce la paternidad de la prosa castellana, y es de señalar asimismo la impronta que una obra como la Estoria de España dejó en géneros como la historiografía, el teatro o el romancero, así como en la configuración de la propia memoria histórica de los españoles. Fuera de nuestras fronteras, su ascendiente pasa por la implantación de las Siete partidas en Hispanoamérica hasta el siglo XIX, la vigencia de las Tablas toledanas o alfonsíes para la realización de cálculos astronómicos hasta la publicación de las Tablas rudolfinas por parte de Kepler en 1627, o la probable influencia alfonsí en una figura como Dante, tanto en la adopción por parte del poeta florentino del vernáculo para la redacción de sus textos como en el conocimiento del Libro de la escala de Mahoma (la traducción alfonsí del célebre Viaje nocturno del Profeta del islam), que habría utilizado como fuente de la Divina comedia.

En la actualidad, hay unanimidad en el reconocimiento de las aportaciones del Rey Sabio a los campos de la Lengua, la Historia, la Astronomía y el Derecho. Fruto de ello, son los diversos homenajes que la mentalidad moderna le ha venido tributando en los últimos tiempos: desde la estatua que recibe al visitante en la escalinata de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid, hasta la asignación de su nombre a un cráter de la luna conocido como «Alphonsus».

Para saber más

Francisco Bautista, Alfonso X el Sabio. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Muy útil acopio de datos biobibliográficos en torno a la figura y obra del Rey Sabio.

Rey de los Estados Unidos

Relieve de mármol dedicado a Alfonso X en el Congreso de los Estados Unidos.
Entre los tributos con que el mundo moderno recuerda la labor intelectual de Alfonso X, figura el hecho de que su efigie aparece representada en la llamada House Chamber del Capitolio, en Washington, es decir, en la sede del Congreso de los Estados Unidos, el mayor órgano legislativo norteamericano. En efecto, sobre las puertas de la galería superior de la sala, veintitrés relieves de mármol homenajean a sendas figuras relevantes de la historia del Derecho, por su contribución al desarrollo legislativo estadounidense. Alfonso X es, junto con Maimónides (el filósofo judío nacido en la Córdoba del siglo XII), el único español allí recordado, y ello por la concepción y ejecución de las Siete partidas, código vigente en Hispanoamérica y en algunos territorios sureños de los Estados Unidos hasta principios del siglo XIX, y cuyo contenido alcanzó las nuevas codificaciones de los países americanos.

La blasfemia del rey



Pocas décadas después de la muerte de Alfonso comenzó a circular por escrito un relato de probable origen oral y evidente designio antialfonsí en el que la proverbial sabiduría del rey se vuelve soberbia desmedida contra Dios. De él se encuentran ecos ya en el Libro de las armas de don Juan Manuel, pero es en la Crónica de 1344 de don Pedro Alfonso, conde de Barcelos, donde hallamos su más extenso desarrollo. Posteriormente, también fue incorporada a las crónicas de Pedro IV de Aragón y del obispo navarro fray García de Eugui, y mereció asimismo el juicio de los primeros historiadores de la España moderna, como Jerónimo Zurita o el Padre Mariana. Por lo demás, el motivo de la tempestad desatada contra el rey durante una estancia en Segovia bien pudo inspirarse en un hecho real: tal como informan el Cronicón de Cardeña y una anotación marginal en el códice B-247 de la catedral de Segovia, el 26 de agosto de 1258 se derrumbó el palacio de Segovia mientras Alfonso y otros magnates del reino se encontraban en su interior; varios de ellos perdieron la vida, aunque el rey salió ileso del incidente. Importa señalar que, según la anotación del códice segoviano, el edificio que se habría venido abajo habría sido más bien el palacio episcopal, y no alguna estancia del alcázar, como se ha solido pensar normalmente.

E un día acontesçió que el rey don Fernando e la reína su muger, después que se levantaron de dormir la siesta, demandó el rey mucha fruta en su cámara, e el infante don Alfonso tomó la copa e sirvió a su padre e a su madre, dándoles el vino muy apuestamente. E la reína pusso los ojos en él e reguardolo con gran firmeza e dio un grant sospiro e començó de llorar. E el rey, quando tal sospiro vido, non lo tovo en poco, e después que el infante e todos los otros fueron fuera de la cámara, preguntó el rey a la reína por qué diera aquel sospiro cuando viera el infante su fijo servir de aquella copa. E la reína dixo que lo non fazía por otra ninguna cosa sinon que le viniera así a la voluntad. E el rey dixo que aquello non podía ser, mas que le rogava en toda guisa que lo dixese, si non, que tomaría d’ella sospecha que non sería su pro.

E la reína, cuando vido que así la afincava, dixo que lo diría, pues su voluntad era de lo saber. —Señor —dixo ella—, yo seyendo moça en casa de mi padre e otra mi hermana que avía un año menos que yo que avía nonbre doña Malgarida, llegó aý una muger natural de Greçia, donde era mi madre (que fue fija de Costantino, emperador de Greçia), e ella era muger muy sabidora e preguntava a mi madre mucho a menudo por cosas de su fazienda e de mi padre, e ella dezíales muy çiertas cosas. E yo e mi hermana, cuando esto oýamos, apartámosla e rogámosla que nos dixese alguna cosa de nuestra fazienda, e que esto non supiese nuestra madre. E ella nos dixo que se temía, porque éramos muy moças, de la descobrir, e nós le prometimos de la non descobrir. E ella díxonos que nos sufriésemos fasta un día çierto e que vernía a nós. E cuando fue el día venido, vino a nós a una cámara, e dixo primeramente que nuestro padre avía de morir ante que ninguna de nós oviese casamiento. E después por tiempo, perlados honrados de Ocçidente a mí demandarían para casamiento para un rey de aquesta tierra e que sería el más honrado e poderoso que nunca fuera en España después que la los godos perdieron. E díxome que avía de aver d’él seis fijos varones e dos fijas. E díxome que el primero fijo que avíamos de aver que avía de ser de las fermosas criaturas del mundo. E díxome más que aquel rey con que avía de casar avía de bevir luenga vida e morir muerte honrada, e después de la muerte que aquel fijo primero que avía de ser rey, e que sería aún más poderoso e honrado que su padre, e así duraría gran tiempo. E que por una palabra de sobervia que diría contra Dios, avía de ser desheredado de su tierra, salvo de una çibdat en que avía de morir. E todas las cosas, señor, por que fasta agora pasé de aquello que me ella dixo todo fue verdat. Ca así como ella dixo por nuestros meresçimientos e troxiéronme para vos que sodes rey en el poniente e ove los fijos que ella me dixo. E agora, señor, veo que so preñada e creo que he de morir como ella dixo. E cuando agora vi a don Alfonso nuestro fijo servir ante nós tan apuestamente así fermoso, membróseme cómo avía de ser desheredado por una palabra, e por esto fue dado aquel sospiro que oístes. Otrosí dixo a mi hermana que, después que casase yo, a poco tiempo avía ella de casar çerca de Santa Tierra con un duque, e pasaría bien su vida con él, e así fue, ca fue casada con el duque de Esterlique e pasa con él bien e onradamente. E por esto, señor, he esperança de morir.

E el rey entendió que dezía verdat e díxole que la voluntad de Dios fuese complida, ca por otra guisa non podía ser. E la reína, cuando fue el tiempo del parto, murió d’él bien así como ella dixera. E el rey tóvole esta poridat, que nunca lo dixese fasta el tiempo que toviese çercada Sevilla. E estando en la tienda de don Rodrigo Alfonso, cuyo huéspede era, e esse día llegó a él un escudero de don Nuño e díxole de la su parte en cómo aquellos dineros que le mandara dar en Castilla para él e para los que estavan con él por fronteros en Jaén que los tomara el infante don Alfonso su fijo, e aun otros dineros que venían para él. E aún el escudero non acabava de fablar esto al rey, cuando llegó don Nuño e querellose de aquello mesmo por ante don Rodrigo Alfonso. E él apartose con ellos a fablar e contoles llorando todas las cosas que la reína dixera segun ya avedes oído, e cómo por aquella palabra que avía de dezir contra Dios avía de ser deheredado, e Le faría el mayor pesar que nunca Le omne fiziera desde la muerte de Jesucristo fasta entonçes, e que esto paresçía muy bien ser verdat por las obras que le él fazía contra Él e contra aquellos que estavan en el serviçio de Dios.

De cómo el rey don Alfonso dixo palabras de grant sobervia contra la voluntad de Dios, por que después fue desheredado.

Dicho vos avemos ya de suso en cómo la reína contó al rey don Fernando todas las cosas que le contara la dueña de Greçia. E por que sepades cuáles fueron aquellas palabras que el rey don Alfonso dixo por que incurrió en la saña de Dios, queremos vos lo aquí dezir, porque conviene en este lugar. Onde devedes a saber que después que el rey don Alfonso regnó dezía muchas vezes palabras de grant sobervia, que si él con Dios estoviera o fuera su consejero que algunas cosas, si lo Dios creyera, fueran mejor fechas que como las Él fiziera. E después a grant tiempo que el rey don Alfonso regnava, avino así que un cavallero de Panpliega que avía nombre Pero Martines e criara el infante don Manuel vido en visión un omne muy fermoso en vestiduras blancas e díxole cómo en el çielo era dada sentençia por que muriese el rey don Alfonso deseredado e por que oviese muy mal acabamiento. E el cavallero preguntole por qué era esto que Dios d’él tal saña avía.

E aquel omne que le aparesçió le dixo: —Don Alfonso estando en Sevilla dixo en plaça que si él fuera con Dios cuando fazía el mundo que muchas cosas emendara en que se fiziera mejor que lo que se fizo, e que por esto era Dios irado contra él. E el cavallero le preguntó si avía ý manera alguna por que Dios perdonase este pecado. E el cavallero dixo que si se arrepintié de lo que dixera que luego la sentençia sería revocada e que le faría Dios merçet. E el cavallero, después que fue mañana, partiose de Pampliega e fuese a Peñafiel, onde era el infante don Manuel, e contole todo lo que viera e oyera. E el infante mandole que lo fuese dezir al rey, que era en Burgos. E el cavallero, después que contó al rey todo lo que le acontesçiera, e dixo el rey que así era verdat: que lo dixera e lo dezía aún, que si con Él fuera en la criaçión del mundo que muchas cosas emendara e corregiera que se fizieran muy mejor que lo que estava fecho. E luego a pocos días después, andado el rey don Alfonso por la tierra e llegó a Segovia, e era un fraire menor, omne de santa vida, al que Dios revelara aquella mesma visión que fuera mostrada al cavallero.

E vino al rey e díxole que fiziesse penitençia de los pecados que avía fechos e que faría su pro, e mayormente de aquellas malditas e descomulgadas palabras complidas de mucha sobervia e dichas con grant presunçión e vanidat, las cuales dixera muchas vezes en plaça, diziendo que si fuera consejero de Dios cuando fiziera el mundo e lo quisiera creer que lo fiziera mejor que lo fizo. Si non, que non dubdase que Dios sobre él non mostrase el su poder. E él respondió con vulto irado e palabras de saña, e dixo: —Yo digo verdat en lo que digo, e por lo que vos dezides téngovos por nesçio e por sinsabor. E el freire partiose delante d’él e fuese luego. E esa noche siguiente envió Dios tan grant tempestad de relámpagos e truenos que esto era una grant maravilla, e en la cámara donde el rey yazía con la reína cayó un rayo que quemó las tocas de la reína e grant parte de las otras cosas que aý estavan en su cámara. E cuando el rey e la reína esto vieron, si ellos ovieron grant miedo esto non es de preguntar, ca salieron de la cámara tan espantados que todos pensaron de ser muertos.

E el rey començó dar grandes bozes e dezir que le fuesen por aquel freire, mas la tempestad era tan grande que non avía ý omne que osase salir de casa. E uno de las guardas cavalgó en un cavallo e fuele por él, e porque el freire non quería venir fízole el guardián venir, mas en todo esto non quedava la tempestad. E después que el fraire llegó al rey, apartáronse amos a fablar de confisión, e así como se el rey iva arrepintiendo e tomando penitençia, así se iva el çielo çerrando e quedando la tempestad. E otro día pedricó el rey e consejó públicamente aquel pecado de blasfemia que dixera contra Dios. E tal miedo ovo el rey de aquella tempestad, que por fazer emienda a Dios envió allende la mar sus mensajeros con grant aver para le traer el cuerpo de santa Bárbara, peró non la pudo aver. En este año que esto acontesçió se començó al rey todo su mal fasta que murió, según que oiredes en su estoria (ms. 10815 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fols. 188r-189v).

Sonidos de otro tiempo



¿Cómo sonaba el castellano medieval?



En este audio puedes escuchar el pasaje de la Estoria de España comentado en la sección tercera de esta vitrina, en que se narra el relato protagonizado por la princesa Liberia, modelo de astucia femenina. Hemos realizado la grabación de acuerdo a la pronunciación medieval (hasta donde ella nos es conocida), con el fin de que el visitante pueda tener una experiencia de saber y sabor alfonsí.

Taller alfonsí

Milagros personales

Las Cantigas de Santa María recogen varios milagros de la Virgen ocurridos en vida del propio Alfonso, a personas de su entorno inmediato o incluso a él mismo. La cantiga 142 ofrece un ejemplo de ello: en ella, un servidor del rey es rescatado de morir ahogado por intervención de la Virgen durante una jornada de caza. Te ofrecemos aquí desordenadas las miniaturas que ilustran el portento, procedentes del Códice rico de El Escorial (ms. T.I.1). Lee y escucha el texto de la cantiga, y ordena las viñetas conforme a la secuencia siguiente:

Santa María rescata a un siervo del rey de morir ahogado

1. El rey don Alfonso lanza un halcón a una garza;
2. El halcón hiere en un ala a la garza, que cae a un río;
3. El rey pide a voces que alguien entre a por la garza;
4. Un hombre entra a por la garza y está a punto de ahogarse;
5. Santa María hace salir al hombre del río con la garza en la mano;
6. El hombre entrega la garza al rey y todos alaban a la Virgen.


Eduardo Paniagua, «La garza del río Henares. CSM 142». En Virgen de Atocha. Cantigas de Madrid. Pneuma, 2000

Cantiga 142

Como Santa María quis guardar de mórte un óme dun rei que entrara por ũa garça en un río.

Ena gran coita sempr’ acorrer ven
a Virgen a quen fía en séu ben.

Com’ ũa vez acorreu ant’ el rei
don Afonsso, com’ óra vos direi,
a un óme que morrera, ben sei,
se non fosse pola que nos mantên
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

Esto foi eno río que chamar
sóen Fenares, u el Rei caçar
fora, e un séu falcôn foi matar
en el ũa garça muit’ en desdên.
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

Ca pero a garça muito montou,
aquel falcôn tóste a acalçou
e dun gran cólbe a à lle britou,
e caeu na agua, que ja per ren
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

os cães non podían acorrer,
ca o río corría de poder,
por que ouvéran a garç’ a perder.
Mas el rei déu vózes: «¿Quen será, quen
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

que entre pola garça e a mi
a traga lógu’ e aduga aquí?».
E un d’ Aguadalfajara assí
disse: «Sennor, éu adurei aquên
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

do río». E lógu’ en el se meteu
con sas osas, que sól nonas tolleu,
e aa garça foi e a prendeu
pela cabeça, e quiséra-s’ ên
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

tornar, ca avía mui gran sabor
de dá-la garça al rei, séu sennor.
Mai-la agua o troux’ a derredor
de guisa que lle fez perdê-lo sen.
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

Ca a força d’agua assí o pres
que o mergeu dúas vezes ou tres;
mas el chamou a Virgen mui cortês,
que pariu Jesú-Crist’ en Belleên.
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

E todos a chamaron outro tal,
mas el rei disse: «Non averá mal;
ca non querrá a Madr’ esperital
que nos guarda e nos en poder ten».
Ena gran coita sempr’ acorrer ven

E macar todos dizían: «Mórt’ é»,
el rei dizía: «Non ést’, a la fé;
ca non querría aquela que sé
sempre con Déus e de nós non destên».
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

E assí foi; ca lógo sen mentir
o fez a Virgen do río saír
vivo e são e al Rei vĩir
con sa garça que trouxe ben dalên.
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…

E foi-a dar lóg’ al Rei manamán,
que bẽeizeu muit’ a do bon talán
por este miragre que fez tan gran,
e todos responderon lóg’: «Amên».
Ena gran coita sempr’ acorrer ven…